9/29/2015

Pasaje de ida.

Suelo viajar solo, de día y de noche, viajes largos y a veces no. En ocasiones me pierdo en las calles de mis propios pensamientos que resultan casi involuntarios como espasmos de la memoria tibia a corto y largo plazo. Calles pobladas por ausencias y cordones de las veredas mordidos por mediocres derrapes de las intensiones que nacen como actos reflejos y se llevan a cabo sin meditaciones.

Siento que porto expresión de cansancio, de embriaguez y desconexión cuando hipnotizado por el correr de las veredas, personas al azar se reflejan en las ventanas de trenes y colectivos. Una expresión que no reparo en disimular cuando a veces, y solo a veces, mis ojos se posan en los de alguna persona desconocida y sucede entonces el choque de pupilas espeluznante y sorpresivo. No estamos acostumbrados a dejarnos espiar a través de las ventanas del alma. La incomodidad es total y hasta existen quienes se ofenden por asomar mi consciencia en el marco de su íntima privacidad observando por un segundo los colores en el iris, como si alguien entrase en sus habitaciones a mitad de la noche. Una sola vez durante uno de estos encuentros visuales que se dan por causalidad y en perfecta sincronía quien se hallaba esperando el colectivo me respondió enérgicamente con un gesto de negación, levantándome la ceja autoritariamente cuando mi voz mental susurraba "Love is destructive, cuando love is love". Omití cualquier gesto adrede y descansé mi vista en el celeste aguado de los ojos de la dama que tal vez haya oído mis pensamientos, o tal vez no, y solo fue una coincidencia extraña. O tal vez ¿por que no? me mandaba a cagar y no entendí bien.

Como decía, soy una mala compañía para viajar. Amo el silencio meditativo en tránsitos conurbanos y suelo olvidar que no estoy solo si estoy acompañado, tal vez debido a las voces y diálogos internos que son tan intensos que algunas veces debo silenciar mis consciencias porque me aturden los gritos, los reclamos, las risas y los debates que transcurren en simultaneo, todos juntos al unísono y sin entenderse entre ellos, pero conocedores todos de su existencia y coexistencia. Engendran una ciudad de voces que en su mayoría carecen de identidades, otras poseen rostros, sombras y personalidades muy destacadas. Mi mente es un pueblo de mudos gritando en las horas de soledad y embotellamientos de trafico, de pasajes de ida y vuelta y paseos en rutas llenas de baches dando luz a teatros mentales donde se exponen historias sin principio ni final, sin actores disfrazados ni públicos que aplaudan, historias reales en planos reales, en planos oníricos y en planos de realidades diferentes que no dejan de ser reales. 

Revivo mis múltiples pasados en cada obra, revivo escenas que debería olvidar y revivo pasajes de mi vida que quiero recordar por siempre, y todas se hilan una tras otra tomándose de las manos sin comprender jamás como termino en aquellos paramos de los limbos mentales. 

Codex Seraphinianus. Pag 169



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