Suelo
viajar solo, de día y de noche, viajes largos y a veces no. En ocasiones me
pierdo en las calles de mis propios pensamientos que resultan casi
involuntarios como espasmos de la memoria tibia a corto y largo plazo. Calles pobladas
por ausencias y cordones de las veredas mordidos por mediocres derrapes de las
intensiones que nacen como actos reflejos y se llevan a cabo sin meditaciones.
Siento
que porto expresión de cansancio, de embriaguez y desconexión cuando
hipnotizado por el correr de las veredas, personas al azar se reflejan en las
ventanas de trenes y colectivos. Una expresión que no reparo en disimular
cuando a veces, y solo a veces, mis ojos se posan en los de alguna persona desconocida
y sucede entonces el choque de pupilas espeluznante y sorpresivo. No estamos
acostumbrados a dejarnos espiar a través de las ventanas del alma. La
incomodidad es total y hasta existen quienes se ofenden por asomar mi
consciencia en el marco de su íntima privacidad observando por un segundo los
colores en el iris, como si alguien entrase en sus habitaciones a mitad de la
noche. Una sola vez durante uno de estos encuentros visuales que se dan por
causalidad y en perfecta sincronía quien se hallaba esperando el colectivo me respondió
enérgicamente con un gesto de negación, levantándome la ceja autoritariamente cuando
mi voz mental susurraba "Love is destructive, cuando love is love". Omití
cualquier gesto adrede y descansé mi vista en el celeste aguado de los ojos de
la dama que tal vez haya oído mis pensamientos, o tal vez no, y solo fue una
coincidencia extraña. O tal vez ¿por que no? me mandaba a cagar y no entendí
bien.
Como
decía, soy una mala compañía para viajar. Amo el silencio meditativo en tránsitos
conurbanos y suelo olvidar que no estoy solo si estoy acompañado, tal vez
debido a las voces y diálogos internos que son tan intensos que algunas veces
debo silenciar mis consciencias porque me aturden los gritos, los reclamos, las
risas y los debates que transcurren en simultaneo, todos juntos al unísono y
sin entenderse entre ellos, pero conocedores todos de su existencia y
coexistencia. Engendran una ciudad de voces que en su mayoría carecen de
identidades, otras poseen rostros, sombras y personalidades muy destacadas. Mi
mente es un pueblo de mudos gritando en las horas de soledad y embotellamientos
de trafico, de pasajes de ida y vuelta y paseos en rutas llenas de baches dando
luz a teatros mentales donde se exponen historias sin principio ni final, sin
actores disfrazados ni públicos que aplaudan, historias reales en planos
reales, en planos oníricos y en planos de realidades diferentes que no dejan de
ser reales.
Revivo
mis múltiples pasados en cada obra, revivo escenas que debería olvidar y revivo
pasajes de mi vida que quiero recordar por siempre, y todas se hilan una tras
otra tomándose de las manos sin comprender jamás como termino en aquellos
paramos de los limbos mentales.
Codex Seraphinianus. Pag 169
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