1/04/2016

Navegante pez espada

The Real Folk Blues

Me reconforta ya no portar ornamentales vestiduras, manifestarme en los planos a merced de mis caprichos y que la motora fuerza que me impulse nazca exclusivamente de mi curiosidad. Me he liberado de las presiones de querer ser, divulgar y cumplir con las improntas de las filosóficas percepciones, dedicándome exclusivamente a mis interiores torbellinos de inconclusas frecuencias.
Opté por alejarme de los senderos y transité con miedo y enojos, con tristeza y reclamos en la mochila por las vertebras del bosque. Hallasen ciénagas y callejones impenetrables custodiando los limites de la tierra, esos que, en tiempos antiguos mitológicos seres, bestias marinas y hasta demonios de católica invención resguardaban de las ignorantes manos de los hijos de los hombres que todo mancillan con métricas y escalas, con limites inexistentes y escuelas de divinidades ausentes.
Busqué perderme tal vez, incité calamidades y saltando al interior del abismo despedí a mis contemporáneos silbando simbólicos semitonos que, ante los meticulosos lentes de quienes dominasen el arte de oír mas allá de la voces, omiten encriptadas despedidas que no son. Lejos de ahogarme en la oquedad del vacío, desafié la naturaleza de mis instintos de supervivencia acelerando en vertiginosa caída, la cual afronté sin exageradas reacciones, como si no fuese ocasión primera en estas aguas negras de profundas corrientes magnéticas, donde los valientes lloran al costado de la ruta con el motor encendido.
Los leones de chocolate no volverán a rugir.

Henos ahí, como gusanos a atravesando los canales de la pulpa de esta manzana que no ha caído de ningún árbol misterioso, que no peca ni alimenta exilios. 

Los nobles que no mueren te saludan. Volveremos, hasta entonces



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